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¿Los más grandes de la historia?

BEIJING (AP). Al movimiento olí­mpico le gusta decir que la última edición de los juegos inventados por el barón Pierre de Coubertin fue la más grande de la historia. Esta vez, esa definición podrí­a reflejar la realidad.

Nunca como antes se combinaron logros deportivos de magnitud con un impacto social comparable al que los Juegos Olí­mpicos de Beijing pueden tener en la relación de China con el resto del globo. Los juegos le abrieron los ojos al mundo respecto a las nuevas realidades chinas y le mostraron los enormes cambios experimentados por este paí­s en los últimos 20 años.

Las gestas épicas de Michael Phelps y Usain Bolt quedarán grabadas para siempre en la historia olí­mpica. El estadounidense Phelps logró algo que no parecí­a posible cuando ganó ocho preseas doradas en la natación, fijando siete récords mundiales. Y el jamaiquino Bolt causó tal vez más asombro todaví­a al triunfar en los 100 y los 200 metros del atletismo, en ambos casos con récords mundiales. Las victorias de Phelps eran esperadas, las de Bolt no.

Los márgenes espeluznantes con que ganó Bolt seguramente marcarán a una generación de aficionados al deporte.

Por si esas victorias no bastasen, Bolt se apuntó un tercer oro con un relevo, nuevamente con récord mundial.

Los récords fueron precisamente una de las caracterí­sticas de los juegos: cayeron 43 marcas mundiales y 132 récords olí­mpicos.

Pero los juegos trascendieron el ámbito puramente deportivo y ayudaron a borrar la imagen de gigante dormido de China. Los visitantes y todo aquél que siguió la justa por televisión descubrieron una China que se moderniza aceleradamente y en la que comienzan a asomar hábitos consumistas como los de Occidente.

El presidente del Comité Olí­mpico Internacional Jacques Rogge aludió a esta situación al decir que "China aprendió acerca del mundo y el mundo aprendió acerca de China".

Durante los juegos, no obstante, se hizo claro que los chinos todaví­a tienen mucho camino por recorrer para ponerse a tono con Occidente, especialmente en el plano de las libertades civiles. No se permitieron protestas y se acentuó la sensación de que persiste un estado militarizado, con una población sumisa que sigue al pie de la letra las instrucciones de su gobierno.

La apatí­a del público contrastó con los esfuerzos que hizo el gobierno chino para montar los juegos, que incluyó la construcción de estadios de diseño innovador como El Nido y el Cubo Acuático, y acentuó la noción de que en China no son bien vistas las manifestaciones espontáneas.

Lo que nadie puede negar es que con sus 1.300 millones de habitantes y una nueva actitud más emprendedora, China es el nuevo eje de la economí­a mundial y está asumiendo un papel acorde con esa condición en la escena polí­tica e incluso deportiva.

De hecho, una de las notas salientes de los juegos fue el despegue de China como nueva potencia del deporte. Los chinos no solo desplazaron a Estados Unidos del primer lugar en el cuadro de medallas, sino que la dejaron bien lejos.

Los chinos cosecharon 51 preseas doradas, contra 36 de Estados Unidos, que terminó segundo en esa tabla.

Asusta pensar lo que pueden conseguir los chinos el dí­a en que sean competitivos en atletismo y natación, las dos disciplinas que más medallas reparten. En Beijing cosecharon un solo oro en esos dos deportes.

Los chinos, sin embargo, concentraron sus esfuerzos en disciplinas menores, sobre todo en aquellas que otorgan varias medallas, y los resultados no pudieron ser mejores.

Se llevaron los cuatro oros del tenis de mesa, siete de los ocho de clavados, nueve en los 14 de gimnasia artí­stica y ocho de los 15 del levantamiento de pesas. También sumaron tres de los cinco de bádminton y cinco preseas doradas en tiro.

Los estadounidenses conservaron la delantera en el total de preseas, con 110, comparado con las 100 de los chinos.

Pero saben que esa ventaja también puede ser efí­mera.

"Va a ser difí­cil frenar a China. Los recursos que destinan al equipo olí­mpico, la cantidad de gente que tienen y el esfuerzo que ponen son extraordinarios", declaró el presidente del comité olí­mpico estadounidense Peter Ueberroth.

Gran Bretaña, por su parte, tuvo su mejor olimpiada en un siglo y peleó el tercer lugar con Rusia. Impulsados por una impresionante cosecha de siete oros en diez pruebas de ciclismo de pista, ocuparon finalmente el cuarto lugar con 19 preseas, cuatro menos que los rusos.

Mientras que Rusia se mantuvo a duras penas en el tercer lugar, Cuba resultó una de las grandes decepciones con apenas dos medallas de oro, siete menos que en Atenas. Los cubanos no ganaron un solo oro en boxeo y también perdieron la presea dorada del béisbol, un motivo de orgullo nacional.

Por primera vez en mucho tiempo, Cuba no fue el paí­s latinoamericano con mayor número de oros. Ese lugar lo ocupó Brasil, con tres preseas doradas: la de Maureen Maggi en el salto en largo del atletismo, la de César Cielo en los 50 metros estilo libre en la natación y la del vóleibol femenino.

Brasil, no obstante, se llevó la amargura de no haber podido levantar por primera vez el trofeo olí­mpico del fútbol. Para colmo, el que lo eliminó en la rama masculina fue nada menos que Argentina, su rival de siempre, que terminó llevándose su segundo oro seguido.

Jamaica, por su parte, causó sensación al ganar cinco de las seis medallas doradas de velocidad pura en el atletismo, incluidas las tres de Bolt.

FUENTE: Agencia AP

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