Béisbol Béisbol - 

Yanquis vuelven a imponer su aura... a fuerza de bateo y pitcheo

NUEVA YORK (AP). Los campeonatos son la pura esencia de los Yanquis de Nueva York, cueste lo que cueste.

A punta de pitcheo y bateo, pero también una armoní­a colectiva que no se puede obviar, el equipo del Bronx debió aguardar nueve años para capturar su corona número 27 de una Serie Mundial y ampliar aún más la sideral brecha de tí­tulos que los separa de los demás.

La coronación tuvo un significado especial al conseguirse en la primera temporada en su nuevo estadio, una imponente estructura que evoca los tiempos del imperio romano.

De principio a fin a lo largo del mes de octubre y los primeros dí­as de noviembre, la marcha de los Yanquis fue arrolladora en todos los sentidos frente a equipos que al final de cuentas carecí­an del antí­doto para contenerles.

Los Filis de Filadelfia fueron los últimos en comprobarlo al ver disiparse sus ambiciones de ser el primer club de la Liga Nacional en revalidar el tí­tulo en 33 años.

Tal fue la inusual imagen de un ultra cauto Pedro Martí­nez en el segundo inning del sexto juego, en el que trató de esquivar a Alex Rodrí­guez para rifársela con Hideki Matsui. La recta del dominicano nunca mordió las 90 millas por hora y Matsui le hizo pagar con un jonrón de dos carreras que allanó el camino para la victoria por 7-3.

Nueva York se habí­a dejado remontar en sus derrotas en los clásicos de 2001 y 2003, pero la versión 2009 de los Yanquis se armó de un instinto despiadado.

"Los Yanquis son los campeones. Todo ha vuelto a la normalidad", proclamó Randy Levine, el presidente del club.

Una corona adornada con la redención para Rodrí­guez, quien finalmente pudo exorcizar sus desastrosas actuaciones previas de postemporada y alzar su primer trofeo de campeón tras 16 años en las mayores.

Quien sabe si Matsui vestirá el uniforme de rayas el año próximo por ser agente libre, pero nadie duda que cristalizó uno de los desempeños más memorables en la historia del Clásico de Otoño para convertirse en el primer japonés en consagrarse como el Jugador Más Valioso de la Serie Mundial. Su total de seis carreras remolcadas en el juego decisivo empató un récord y cerró la serie con un promedio de .615 con tres jonrones.

La celebración también tuvo un toque sentimental por el deterioro de la salud de George Steinbrenner, el irascible propietario de 79 años que vio el juego por televisión desde su residencia en Tampa, Florida. Fue el séptimo tí­tulo ganado desde que Steinbrenner adquirió la franquicia en los 70.

Tampoco pasó inadvertido el papel preponderante del núcleo histórico de Mariano Rivera, Jorge Posada, Andy Pettitte y el capitán Derek Jeter, el cuarteto que se conoció en las menores y que pasaron a ser los pilares de las cuatro conquistas entre 1996 y 2000.

"Esto tiene un gusto más especial, habí­a pasado tanto tiempo", dijo Jeter.

Por coincidencia del destino, el tí­tulo 27 se consiguió en un 4 de noviembre, el mismo dí­a de 2001 cuando la entonces dinastí­a yanqui fue interrumpida en el desierto de Arizona por los Diamondbacks. Fue cuando Curt Schilling, quien compartió el galardón del más valioso de esa serie con su compañero de rotación Randy Johnson, se mofó cuando le preguntaron si la mí­stica y aura de los Yanquis le intimidaban.

Se puede argumentar que esos atributos están de vuelta tras una temporada en la que el sello de presentación fue un equipo especialista en remontar desventajas.

El mejor ejemplo fue la sagacidad de Johnny Damon en el cuarto juego, al robarse dos bases en la misma jugada cuando avistó que el cuadro interior de los Filis estaba mal colocado. Fue tal vez el momento en el que se echó la suerte de la Serie Mundial.

A los Yanquis se les recrimina mucho por gastar montos groseros de dinero por sus jugadores. Sus fanáticos hacen caso omiso de las crí­ticas y esta vez pueden presumir que su nómina de más de 200 millones de dólares sí­ valió la pena.

Y valió la pena porque el equipo dio en el blanco a la hora de hacer sus contrataciones.

Durante su sequí­a de tí­tulos, entre 2001 y 2008, los Yanquis se gastaron casi 1.700 millones en salarios, mucha de esa plata para piezas que nunca cuajaron como Kevin Brown, Carl Pavano y Javier Vázquez.

Pero las tres principales adiciones para esta campaña _CC Sabathia, A.J. Burnett y Mark Teixeira_ rindieron excepcionalmente.

Sabathia y Burnett conformaron un 1-2 al frente de la rotación abridora, a la cual se le habí­a achacado una importante cuota de responsabilidad de que en 2008 quedasen fuera de los playoffs por primera vez en 13 años. El madero y guante del inicialista Teixeira fue el complemento perfecto en el orden ofensivo, junto con Jeter, Rodrí­guez y Matsui.

Por más que cada decisión fue examinada con lupa, el manager Joe Girardi atinó cuando determinó emplear una rotación de tres abridores con Sabathia, Burnett y Pettitte, algo que no se habí­a concretado exitosamente en una Serie Mundial desde 1991 y que desafiaba los patrones actuales sobre el uso de los lanzadores en las mayores.

Girardi, cuyo número 27 en el uniforme fue seleccionado explí­citamente por el objetivo del campeonato, también se la jugó al sacrificar el bate de Posada para poner a José Molina como el catcher particular de Burnett al percatarse que el segundo tení­a una mejor sintoní­a con el abridor.

"Joe siempre dio con la tecla correcta desde el primer dí­a", comentó Jeter.

FUENTE: Agencia AP