Cuando Luiz Felipe Scolari afirmó airado en mayo que iría "hasta el infierno" con sus 23 jugadores, no sabía que su viaje a los horrores del fútbol pronto tendría fecha de ida: 8 de julio en Belo Horizonte.
Arrasada por un imprevisto ciclón alemán que le endosó cinco tantos en 18 minutos, la anfitriona, la pentacampeona, encajó su peor goleada en un Mundial en las semifinales de una fiesta planetaria que llevaba su nombre.
Brasil quedaba de nuevo avergonzado en casa y sin siquiera boleto para la final del Maracaná, reservado para el gran desenlace, y donde el anfitrión no jugó durante el campeonato.
Sentado en el banco y con la mirada ausente, el seleccionador Luiz Felipe Scolari, campeón del mundo con Brasil en 2002, contempló el derrumbe. Neymar lo hizo desde su casa, ya que en los cuartos de final contra Colombia (2-1) había sufrido una fractura en la tercera vértebra lumbar que le dejó fuera de la Copa.
"Si pienso en la vida como jugador de fútbol, entrenador, profesor de educación física, es el peor día de mi vida", confesó el entrenador después del partido.
Meses después, el coordinador de selecciones y técnico campeón del mundo en 1994, Carlos Alberto Parreira, comparó su panorámica desde el gramado del Mineirao con la sensación que tuvo al ver caer las Torres Gemelas de Nueva York.
Todo el cuerpo técnico fue destituido horas después de la final.
- Pánico en la cancha -
Brasil dejó al descubierto desde el principio sus debilidades en el gramado. Anécdota o premonición, el primer gol del torneo el 12 de junio en Sao Paulo lo marcó el lateral Marcelo en propia meta, otorgándole a Croacia la ventaja. Con la ayuda del árbitro japonés que pitó un polémico penal, la 'canarinha' acabó remontando con dos goles de Neymar y uno de Óscar (3-1).
Luego vendría el empate contra México (0-0) y la victoria ante un desahuciado Camerún (4-1), que le dio el pase a Brasil como primero del grupo.
Aplastado por el peso de una nación que inventó una manera de jugar y vivir el fútbol, Brasil sufrió un ataque de pánico contra Chile en los octavos de final (1-1). Aunque muchos brasileños no comulgaban con el juego austero y sin brillo de la Seleçao, no dejaron de creer en el 'hexa' hasta el final.
Aquella tarde del 28 de junio, también en Belo Horizonte, a punto estuvo de nacer prematuro el Mineirazo. Pero el disparo del chileno Mauricio Pinilla en el último minuto de la prórroga se estrelló en el travesaño. La canarinha acabó imponiéndose en los penales, con dos atajadas de Julio César, quien apenas tuvo tiempo de secarse las lágrimas.
El veterano arquero de 34 años y con dos Mundiales a sus espaldas, rompió a llorar superado por la presión antes de la tanda. Otro de los pilares del equipo, el capitán Thiago Silva, tampoco pudo dominar los nervios y, entre lágrimas, le pidió a Scolari no lanzar uno de los penales.
Sacudidos por una montaña rusa de emociones y sobreexposición, los 23 elegidos por 'Felipao' -donde sólo seis futbolistas contaban con experiencia mundialista- reaccionaban con el llanto ante cualquier circunstancia (el himno, marcar un gol, los penales, la baja de Neymar...).
La ayuda de una psicóloga, llamada tras los octavos contra Chile, no fue suficiente para superar la presión de un país ante la historia.
- Del suspenso al sobresaliente -
Tampoco fue fácil para Brasil organizar su segunda Copa del Mundo. Debido a los atrasos en la construcción o remodelación de las 12 sedes, las visitas al país del secretario general de la FIFA, Jerome Valcke, eran exámenes a los que el Comité Organizador nunca llegaba a tiempo.
El número dos de la FIFA llegó a decir en febrero de 2012 que Brasil necesitaba de "una patada en el culo" para avanzar rápido con los trabajos.
Cuando finalmente el Mundial iba tomando forma, una ola histórica de protestas estalló durante la Copa Confederaciones de junio de 2013. Más de un millón de brasileños salieron a las calles contra los 11.000 millones de dólares de dinero público invertidos en el Mundial, y en demanda de mayor inversión en transporte, salud y educación.
La Copa del Mundo-2014 acabó siendo, sin embargo, un éxito organizativo y de público, por lo que el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, le otorgó una nota sobresaliente de 9,25 sobre 10.
Apenas se registraron protestas y los aficionados brasileños reaccionaron con deportividad a la semana más fatídica de la historia de su selección. En apenas cuatro días, Brasil encajó 10 goles por uno anotado y finalizó cuarto tras perder el partido del tercer puesto contra Holanda (3-0).
Con Dunga de nuevo a los mandos y una Copa América por disputar en 2015, Brasil sólo sueña con vengarse a sí misma dentro de 20 meses en Rio de Janeiro, cuando este país casi continental acoja los primeros Juegos Olímpicos de Sudamérica.
FUENTE: AFP